Durante 2019 se desató SARS-Cov-2, el virus causante de la primera pandemia del siglo XXI, mismas que paró al mundo y limitó la convivencia social. Provocando con ello grandes estragos en prácticamente todos los aspectos de la humanidad.
Bajo este contexto entenderemos que industrias como la de servicios gastronómicos o las del arte y la cultura, consideradas como «recreativas«, fueron fuertemente golpeadas. Obligándolas a reinventarse como medida precautoria ante una latente amenaza de extinción, una prueba que lamentablemente no muchas pudieron superar.
Para mediados del 2021 todavía no se ha terminado la crisis sanitaria/económica causada por el virus, sin embargo, ya podemos vislumbrar un futuro positivo y o al menos una luz al final del túnel. Es así que bajo las medidas sanitarias pertinentes, se nos ha permitido retomar ciertas dinámicas de proximidad social como la visita a restaurantes o recorrido de exposiciones, abonando con ello a la reactivación económica y social.
Bajo esta idea de reinserción social visité Grastonáutica, una exposición de arte contemporáneo conformada por piezas de BARCO, es decir la primera Bienal de Arte Contemporáneo que se realiza de manera institucional en León, Guanajuato. Y que en el ojo de esta pandemia, de manera coincidente o no, llevó como eje temático una fusión entre arte y gastronomía, ya que según los argumentos del Instituto Cultural de León en la convocatoria de BARCO:

Grastonáutica es un neologismo que aborda la teoría y práctica de la gastronomía, así como asuntos relacionados con la comida. Su campo va más allá de la atención a consumidores o de la producción de alimentos y su preparación, fundamenta su estudio en la supervivencia humana, la diplomacia a partir de actividades culturales con la comida, la producción artística, la economía, la salud, o la realización de conceptos que amplían la noción de civilidad.

Una de las formas más básicas de socialización y empatía que nos conecta con nuestra humanidad es la civilidad y ésta se encuentra íntimamente ligada con la manera en la que nos alimentamos o como ritualizamos los procesos de preparación y consumo de alimentos. Esta práctica milenaria nos ha hecho congregarnos y convertirnos en tribus que discuten y organizan su estancia en el mundo.
La alimentación, pero sobre todo la comida, ha alcanzado un estatus mitológico y referencial muy importante en todas las culturas del mundo, convirtiéndose en un punto de convergencia que nos permite mirarnos detenida y cercanamente para analizar nuestras profundas diferencias. Las culturas alimentarias nos hacen partícipes de un proceso de evolución natural que se ha sofisticado de generación en generación por medio de las tradiciones, el refinamiento, la investigación y el mestizaje.

Así la exposición Gastonáutica se distribuyó en tres espacios expositivos: la galería Jesús Gallardo, una sala del Teatro María Grever y la casa de cultura Eloísa Jiménez. Lamentablemente está última no la pude visitar, ya que según informa el personal de los otros espacios, la Eloísa Jiménez se encuentra cerrada por un problema con el suministro de la luz.

Respecto a la exposición he de confesar que este reencuentro con el mundo del arte fue un tanto decepcionante. Esto debido a que en principio la convocatoria invitaba a los participantes para crear o compartir obra de su autoría que ayude a comprender la manera en la que se ramifican y complejizan las relaciones de los alimentos, con la cultura, la política la economía o con cualquier actividad humana. Dicha obra podía ser creada a partir del trabajo de investigadores gastronómico, sin embargo, la exposición no dio cabida a dicho tema.

Y si bien eso pudo ser un error en el guion museográfico o curatorial, la verdad es que par mi, el general de las obras carecía de valor estético, técnico y, al menos en apariencia, de un argumento discursivo. Este último es quizá la principal razón de mi decepción, ya que en principio celebre la selección del tema para esta primera Bienal de Arte de León, ya la alimentación se encuentra profundamente ligada a nuestra relación con el entorno y como lo hemos modificado, es decir el como hemos evolucionado como especie y así pasamos a la gastronomía, un proceso que va más allá de satisfacer la necesidad biológica de alimentarnos. Aquí hablamos de algo más profundo y complejo, algo que desde la mirada antropológica se conoce como cuisine. Es decir, un enramado de técnicas, saberes y conocimiento que se han transmitido de generación en generación. Mismo que representa un profundo reflejo de nuestra historia como civilización e incluso podemos pensarlo como el mapa del genoma de la cultura. Pero ya lo mencioné lamentablemente la exposición no mostró este contexto discursivo, quizá en la próxima bienal podamos ver una mejor exposición.